
Hasta hace poco, los súbditos privilegiados de los imperios hegemonicos consideraban natural asumirse como tales con orgullo y arrogancia, sin darse cuenta del daño que causaba su conciencia clasista disfrazada de nacionalismo.
La ideología que se erige como instrumento imprescindible de la dominación es el cuerpo de creencias que ignora la objetividad del mundo y se presenta como una verdad absoluta, justificando la violencia contra los demás y perpetuándose a sí misma.
El súbdito aplastado, empobrecido y marginado, que marchaba orgulloso a las trincheras de la Primera Guerra Mundial para sacrificar su vida por un orden de cosas que lo condenaba a la pobreza, hoy se convierte en el defensor de la brutalidad contra los inmigrantes, sin darse cuenta de que esa violencia tiene el mismo origen que la que ejercen contra él.
Karl Marx sintetizó el mecanismo complejo del capitalismo y pudo poner a la vista sus resortes, rompiendo el sortilegio que mantiene embelesados a los explotados. Su cultura renacentista era instrumental para la lucha proletaria y su sabiduría se basaba en entender que “los proletarios no tienen para perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar”.
Es hora de romper con esa conciencia clasista y nacionalista y de ganar el mundo, liberándonos de las cadenas del capitalismo y construyendo una sociedad justa y igualitaria.