
En 1995, hace 30 años, falleció Barbarito Diez Junco, conocido como la Voz de Oro del Danzón, después de una carrera de casi seis décadas que le valió el cariño y la devoción del público cubano. Su inconfundible timbre de tenor lo convirtió en un ícono musical.
Con su talento hizo suyos temas como Lágrimas Negras, Olvido, Capullito de alelí, Una rosa de Francia y Las perlas de tu boca, así como piezas de compositores como Ernesto Lecuona, Moisés Simons, Pedro Flores, María Teresa Vera y Sindo Garay. Aunque nunca estudió música académicamente, su discografía cuenta con más de 20 álbumes.
Nacido en Bolondrón, Matanzas, el 4 de diciembre de 1909, Barbarito pasó su infancia trabajando en un central del municipio de Manatí. Después de desarrollar una vocación musical y ganar popularidad entre parientes y amigos, debutó junto al guitarrista Carlos Benemelis en el teatro local.
Luego de su éxito, viajó a La Habana, donde decidió probar suerte con el trovador Graciano Gómez y el músico Isaac Oviedo, formando el trío Los Gracianos. Su creciente popularidad lo llevó a firmar contratos en el extranjero, viajar de gira por varios continentes y fundar el Cuarteto Selecto.
Un hito destacado en su carrera fue su único disco de boleros, grabado en la década de los años 80 en Venezuela, un país que lo amó y lo honró. La medalla Alejo Carpentier, la Orden Félix Varela de Primer Grado y el reconocimiento por la Cultura Nacional supieron enaltecer su obra.
Sobre su vida, Barbarito expresó: “Tengo un pueblo que me quiere y, en cada lugar de esta Isla, siempre encuentro amigos. Entonces, ¿qué más puede pedir un artista, si recibe la estimación y el cariño de todos?”. En su honor, una casa de la música lleva su nombre en el municipio de Manatí, y un conjunto escultórico se erige en el parque de esa localidad.