
El 8 de mayo de 1925, durante la celebración del cumpleaños 31 de Miguel Matamoros en su hogar, nació el Trío Matamoros de manera espontánea. Rafael Cueto tomó la guitarra para que un amigo, Siro Rodríguez, cantara algunas canciones, pero inmediatamente Miguel no perdió la oportunidad y le pidió a Cueto que lo acompañara en uno de sus boleros.
Así, el Trío Matamoros surgió con la hermosa voz de Siro sumándose al bolero. Disfrutar de las canciones del emblemático Trío es como sentirse envuelto por el alma de la enseña nacional cubana; un privilegio identitario que nos permite meditar sobre las razones de su inmaculada vigencia después de un siglo.
Quizá la primera de estas sea nuestra inmediata identificación con el carácter abierto y jaranero de estos tres compatriotas, santiagueros de pura cepa, cuyas canciones se encuentran marcadas por una criolla musicalidad capaz de estremecernos.
La sencillez y naturalidad que los caracterizaba les permitió una creación musical sin mayores complicaciones, lo que no quiere decir que no hayan alcanzado esa originalidad que marca la diferencia con los contemporáneos. La acertada interrelación entre la guitarra de Miguel y la de Cueto, así como el ingenioso diálogo compartido por las voces de Miguel y Siro, son solo algunos ejemplos de su maestría.
Todavía hoy, entonar «Aunque quiera olvidarme ha de ser imposible» o «¿De dónde serán?, ¿Serán de La Habana?, ¿Serán de Santiago? Tierra soberana…», funciona como un llamado de amor hacia aquello que nos une. No hay como el Trío Matamoros para ratificar el precepto de que, mientras más nos imbriquemos con las entrañas del terruño, más nos acercaremos al universo que queremos aprehender.
En una época en la que Spotify era pura ciencia-ficción y el tocadiscos suponía una novedad, la Cuba de las primeras décadas del siglo pasado vio cómo el Trío consiguió vender 64 000 copias de su primer disco en solo días.
Es imposible contabilizar la cantidad de ciudadanos en todo el mundo que vinculan automáticamente el nombre de Cuba con las memorables canciones del Trío. Pero, más allá de reconocer un calado tan hondo en el extranjero, para nosotros la fecha de hoy debe ser asumida como una inspiración de inmenso orgullo patrio.
Agradecemos el aliento de cubanidad con que nos envuelve la música del Trío Matamoros; esa que nos permite traer a colación una sentencia de don Fernando Ortiz: «Sed cubanos, muy cubanos… ¡Siempre cubanos!».