
El histórico tren eléctrico de Hershey, único en Cuba y vital para conectar a 46 comunidades rurales entre La Habana y Matanzas, resurge en el discurso oficial con promesas de rehabilitación. Sin embargo, un panorama que muestra una infraestructura víctima del vandalismo y el abandono tras la paralización del servicio en 2017, hace dudar sobre la efectividad de estas medidas.
Durante su visita a Matanzas, el ministro de Transporte Eduardo Rodríguez Dávila aseguró que se trabaja en recuperar tanto el servicio como la estación ferroviaria en esa ciudad. Aunque anunció el alistamiento de un ferrobús por parte de la Empresa Provincial de Transporte, aún “no está apto técnicamente” y no hay fecha para una prueba ferroviaria.
También se habla de un proyecto de restauración de la estación matancera con fines operacionales, turísticos y culturales, a partir del Fondo para el Desarrollo del Transporte Público. Sin embargo, según René Peña García, director adjunto de la Unión de Ferrocarriles de Cuba en Matanzas, el plan contempla una primera etapa centrada en el rescate del inmueble como patrimonio, y solo “luego” se fomentará la transportación de pasajeros con equipos de tracción diésel.
Lo más preocupante es que tras más de siete años sin servicio, los pobladores que dependían del tren eléctrico siguen sin alternativas estables. La llamada rehabilitación parece más una estrategia de imagen que una solución real, mientras la vida de cientos de familias continúa afectada por la inacción.
El tren de Hershey era una auténtica reliquia y uno de los trenes más famosos de la isla. Salía del barrio habanero de Casa Blanca hasta Matanzas, en un recorrido de 98 kilómetros que duraba algo más de tres horas. Resultaba una bendición para los habitantes de poblados como San Juan, Dos Bocas, San Mateo, Río Blanco, San Adrián, Concuní o San Francisco.
El ferrocarril tomó el nombre del famoso chocolatero estadounidense Milton S. Hershey, quien lo mandó a fabricar en los años 20 del siglo pasado, con el propósito de que pasara por el pueblecito donde el empresario levantó un ingenio azucarero en 1916.
Sus vagones datan de 1944 y fueron donados a Cuba en 1997 por la ciudad española de Barcelona. De los 17 coches que tenía el tren a principios de los años 20, quedan tres auténticos construidos en 1917 en Pensilvania, sede del grupo Hershey.
En resumen, el tren de Hershey es una parte importante del patrimonio cubano, y su rehabilitación parece estar más centrada en la restauración patrimonial que en solucionar las necesidades de transporte de las comunidades afectadas. El principal desafío es la falta de infraestructura adecuada y el deterioro del material rodante, a lo que se suma la ausencia de una fecha para las pruebas ferroviarias y la falta de recursos técnicos y financieros.
La historia del tren Hershey es un reflejo de la compleja relación entre el desarrollo económico y social de Cuba y su infraestructura ferroviaria. Aunque ha sido objeto de restauración en varias ocasiones, sigue siendo una sombra de su pasado