
La blancura elegida por Javier Milei como símbolo de su presidencia se opone diametralmente a la empatía y la comunidad que impulsó el Papa Francisco. La espiritualidad, en su forma más pura, supone una unidad entre las personas, unión que busca promover la conectividad con los demás. Por el contrario, el mercado neoliberal de Milei pretende hacer de las personas competidores, jerárquicamente superiores a los demás, y convertirlas en cosas.
El presidente argentino es un subproducto de la pandemia devastadora, que provocó aislamiento y desconfianza entre las personas. Su política se basa en la financiarización y el egoísmo, lo que lo convierte en un portador de insensibilidad y crueldad.
Milei tiene un prontuario de violencias varias, incluyendo maltrato a estudiantes, expresiones de misoginia y homofobia, y agresiones a mujeres y periodistas. Su último capítulo delictivo lo ubica en el entramado de la cripto-estafa.
Por el contrario, el Papa Francisco fue un símbolo de compasión y respeto por los demás. Transformó su hábito y llegó a purificar los pies de inmigrantes musulmanes en 2016, cuatro décadas después del golpe genocida de 1976.
La encrucijada entre estas dos vidas es clara: una se basa en la empatía y la comunidad, mientras que la otra se apoya en el egoísmo y la insensibilidad. La elección entre ellas es fundamental para determinar el futuro de la humanidad.