
Como tantos poetas que encuentran en sus hijos la fascinación, la poesía hecha cuerpo, Juan Gelman (Buenos Aires, 3 de mayo de 1930-México df, 14 de enero de 2014) le había escrito al suyo en Digo cómo lo quiero: Cielo, aire con nombre / hijo a quien digo hijo sin saber, / sin comprender, y no / cómo pudo ocurrirnos la pureza.
Pero en 1976, cuando ese fruto amado, Marcelo, tenía apenas 20 años, fue secuestrado por las fuerzas de la dictadura argentina; también su hermana Nora Gelman, y su esposa, María Claudia, embarazada de siete meses. Solo a Nora la liberaron poco después.
No fue hasta 1990 que Gelman pudo saber de los restos de su hijo, identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Habían sido hallados en un río, dentro de un barril lleno de arena y cemento. La causa de muerte: un tiro en la nuca, después de la tortura.
Pero aún faltaba el cuerpo de la nuera, y el destino del bebé. En su Carta abierta a mi nieto, el poeta escribía: «Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste…».
Finalmente, en el 2000, tras la larga búsqueda de su abuelo, fue identificada Macarena, nacida en un hospital clandestino y entregada a una familia en Uruguay. Ella adoptó sus apellidos reales y se implicó desde entonces en la lucha por los derechos de las víctimas del terrorismo de Estado. Los restos de su madre aún no aparecen.
Para el Premio Cervantes (2007), considerado por algunos críticos como el poeta argentino más importante de su generación, además traductor y periodista, estos hechos implicaron un hondo desgarramiento que, lejos de secar la poesía, la impregnaron de su propio dolor personal, porque el colectivo jamás le había sido indiferente.
Desde sus inicios literarios, el poema, esa «pasión del mundo», había sido para él no solo un artefacto formal, si bien mucho experimentó con el idioma, sino también un arma para denunciar las inequidades y combatirlas. Construyó así textos en los que lo revolucionario se hace en extremo conmovedor, al punto de que no se acierta a distinguir entre la temática amorosa y la política.
La causa atravesaba su vida, y Cuba fue una lumbre: Como la soledad vino creciendo, oh gran señora del amor, / lejos estás, estás sola de mí. // De tu nombre entro al día sin embargo, inventaron mi boca para decir tu nombre. // La luz que sube de tu nombre. // Tómame / no me dejes / ya que me has hecho mayor que mi muerte / Cuba (esta oración). Y a la Isla le regaló una definición categórica y hermosa: Fidel es un país.
La obra poética de Gelman, amplísima, sigue siendo un ente vivo, tanto cuando nos convoca a defender lo humano contra toda indiferencia: ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre, / hasta aquí no? / Solo la esperanza tiene las rodillas nítidas