
Sonia Rodríguez, una cubana de 69 años que ha dedicado más de cuatro décadas al trabajo, vive un momento transformador en su vida. Por primera vez desde 2018, su casa está iluminada, abastecida de alimentos y completamente pagada. Este cambio no se debió a políticas públicas ni programas de asistencia social del régimen, sino a la solidaridad espontánea de cientos de personas que conocieron su historia en TikTok.
La historia de Sonia comenzó a conocerse gracias a la cuenta del creador de contenido Conducta, un tiktoker que documenta situaciones de vulnerabilidad tanto en Cuba como entre migrantes en Miami. La mujer narró cómo el huracán Sandy destruyó su casa en 2012 y tuvo que pasar cinco años en un albergue con sus hijos.
En 2018 el gobierno le asignó una pequeña vivienda, pero aún debía unos 6,000 pesos -unos 25 dólares al cambio informal- para que el inmueble fuera legalmente suyo. Semanas después de publicada su historia, la anciana envió un video de agradecimiento en el que aparece sonriente, mostrando su casa ahora iluminada y con alimentos en la mesa.
“Salgo ahora del banco de pagar la casita, me siento muy contenta, feliz y agradecida”, expresó Sonia. “Nunca soñé con tener esta ayuda desde tan lejos”. Gracias a las donaciones recibidas, Sonia pudo saldar su deuda con el Estado y encender la luz en su vivienda por primera vez en años.
También recibió productos de primera necesidad como arroz, aceite, una pequeña cocina eléctrica y artículos de higiene. “Ya soy dueña completamente de mi casa, ya no estoy a oscuras. Estoy alumbrada”, dijo emocionada.
La historia de Sonia no es una excepción en un país donde la pobreza laboral es la norma. Un salario promedio que no cubre ni una semana de necesidades básicas ha llevado a muchos trabajadores y jubilados cubanos a sobrevivir en condiciones de vulnerabilidad extrema.
En este contexto, la ayuda ciudadana canalizada a través de redes sociales se ha convertido en una especie de red de salvación informal. Aunque el final feliz de Sonia es motivo de celebración, también deja al descubierto una verdad incómoda: en Cuba, haber trabajado toda una vida no garantiza una vejez digna.
Sonia representa a una generación que se sacrificó por el país y que ahora envejece entre carencias materiales y promesas oficiales incumplidas. Aún así, su historia también habla de la resiliencia, la dignidad en la adversidad y la capacidad de la solidaridad ciudadana para generar cambios concretos.
Al cerrar su mensaje, Sonia expresó su mayor deseo: “Que Dios me los bendiga y siempre puedan ayudar a los que lo necesitan”. Su testimonio es ahora no solo un reflejo del drama cotidiano, sino también un símbolo de la esperanza y la solidaridad en un país donde la pobreza laboral es una realidad.