
Antes de partir para la guerra, Larissa Rasanova recibió un último regaño de su madre: “¡No puedes llevar la muñeca a la guerra!”. Ella acató obedientemente, ya que era casi una niña y muchas muñecas quedaron solas en la vastedad de la Unión Soviética desde el ataque fascista del 21 de junio de 1941.
Sin embargo, las muchachas de las escuelas de aviación no se cansaban de mandar cartas pidiendo pelear igual que los hombres… ¡allá arriba! Y si al principio no fueron satisfechas, una mujer especial, la recordista en vuelos sin escala Marina Raskova, convenció a las autoridades y comenzó a formar tres unidades aéreas femeninas.
No fue fácil. Solo después de que Stalin decidiera en octubre de 1941 que las mujeres se incorporaran a la guerra, más de un millón de ellas se sumó como zapadoras, francotiradoras, conductoras de tanques… Pero no como aviadoras.
La insistencia de Marina Raskova rindió sus frutos con la creación de tres regimientos femeninos de combate aéreo: las divisiones 586, 587 y el más notorio de todos, el 588, de bombardeo nocturno. En torno a ese “número” se tejió una leyenda que perdura.
Fueron acogidas en el mismo otoño de 1941, en mayo de 1942 llegaron al frente y ya en junio estaban en combate. Tenían entre 17 y 26 años y comenzaron por arreglarse uniformes masculinos, rellenar con periódicos las enormes botas disponibles y ajustar las cabinas de los aviones para controlar el panel y alcanzar pedales hechos para piernas más largas.
Tripulaban viejos aviones PO-2 con cabina abierta y estructura de madera y lona. No tenían radio ni ametralladoras y las bombas que lanzaban a veces iban “acopladas” a sus rodillas. Risueñas, ellas mismas llamaban kukuruznik —mazorca de maíz— a sus avioncitos que apenas alcanzaban los 120 kilómetros por hora.
Pero gobernándolos, muy pronto se ganaron de los alemanes un sobrenombre mágico y honroso: Nachthexen. En la lengua del enemigo, la palabra significaba “bruja de la noche”. La razón de semejante bautizo era su método de atacar en la oscuridad, por sorpresa, con el motor apagado, dejando oír apenas el mortal rumor de las alas.
Las escobas siempre vuelan silenciosas. Así causaron graves daños a la red logística enemiga. Johannes Steinhoff, uno de los más reconocidos aeronautas militares alemanes, llegó a decir que le resultaba “simplemente incomprensible que los pilotos soviéticos que nos daban tantos problemas eran… mujeres”.
En sus cuerpos solo llevaban sobredosis de valor y patriotismo. Tanto se les temía que el alto mando del führer entregaba una Cruz de Hierro, su premio mayor, al piloto alemán que lograra derribar a una Nachthexen.
Sin embargo, las “brujas” eran muchachas de carne y hueso. Caían. En toda la guerra murieron