
La marcha no es solo un acto de protesta, sino una pregunta sin respuesta. Un cuerpo, un hecho, un espacio de disputa que abarca desde su antes hasta su después. Una investigación, una exigencia, un desafío, una metáfora.
¿Qué? Es un grito que se eleva en la multitud, un susurro que se repite en los oídos. “Un cuerpo”. Un ser humano con vida, sentimientos y emociones. Un hecho que ocurre en el tiempo y en el espacio. Un espacio de disputa donde se entrecruzan las voces, las ideas y las opiniones.
¿Cómo? La marcha es un acto de arte, una expresión de la creatividad y la imaginación. Con carteles y banderas que se agitan al viento, con pintura en el rostro que se mezcla con el sudor. Con anuncios por aquí y por allá que se convierten en llamados a la acción. La voz cálida y juguetona que dice “vamos” es un canto de libertad.
¿Cuándo? Es un momento preciso, un instante que se repite en el tiempo. Cuando más se precise, cuando más te enamores, cuando más preguntas por hora te revuelques la psiquis. La soledad te araña al cuello y te extrañas de ti mismo.
¿Dónde? Es un lugar específico, un espacio que se convierte en un escenario para la acción. Partiendo de la calle escueta rumbo hacia la ancha. Donde no soporten estar quienes irreconciliablemente no son los tuyos. La inquina barata y ciega entre los compañeros desaparece rápidamente cuando se recuerda por qué meandros de la fe son compañeros.
¿Por qué? Es una pregunta que busca respuestas, un llamado a la acción. Porque hace falta la luz en el mundo. Porque tiene que ser ley amanecer con miles. La calle es sagrada y tiene que convertirse en la extensión definitiva del trabajo, del estudio independiente, del colectivo, de lo seguro, de lo bello y de la vida.
¿Para qué? Es un objetivo claro, un propósito que se busca alcanzar. Para no hacer quedar mal a los poetas. Para seguirle la estela a la novia y al novio. Para posicionar la primera y la segunda mejilla, el primer y el segundo brazo y la vergüenza.
¿Quiénes? Son aquellos y aquellas que viven con pasión y devoción. Los que “hacen los mundos y los sueños, las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan, y nos construyen”. Los más locos que sus madres, los más borrachos que sus padres y más delincuentes que sus hijos y más devorados por amores calcinantes.