
Paradojas de la política: los acontecimientos tributan a lo que ya parece ser el inicio de una crisis de la claque mafiosa de origen cubano, con epicentro en el sur de la Florida. Ciertamente, es temprano para cantar victoria, podría decirse desde un ángulo más prudente; pero es útil evaluar cómo sigue esta historia, a unos cien días de iniciarse la segunda administración de Trump.
Para empezar, poco a poco se ha esfumado el jolgorio que provocó en estos sectores cavernarios la victoria electoral de Donald Trump, en un ahora lejano noviembre de 2024. De aquella fiesta se recuerdan las expectativas que algunos fomentaron –y otros creyeron–: que con Marco Rubio al frente del Departamento de Estado estaba sellado el destino de la Revolución Cubana, y que solo había que precisar el cuándo.
Lo real es que este mismo enfoque sirve para Rubio; es decir: no se discute si lo despiden, sino la fecha. Rápidamente vino la debacle de la Usaid y sus generosas contribuciones a lo que llaman la industria sin humo del odio contra Cuba; se vio cómo plataformas y medios, incluso con un historial en materia de ataques, mentiras y campañas sistemáticas, se quedaron de pronto sin dinero ni apoyo.
El sincericidio que va caracterizando a la actual administración tomó cuerpo entonces, y se reveló lo que Cuba había denunciado históricamente: que muchos de los cabecillas y medios de prensa de esta pandilla eran descartables empleados del Gobierno estadounidense. En paralelo, los líderes del llamado «exilio», de raíz neobatistiana, que pertenecen al Congreso estadounidense, como Carlos Giménez, Mario Díaz-Balart y María Elvira Salazar, quedaron descolocados ante la avalancha de deportaciones aplicada con desprecio, xenofobia y nulo respeto de los derechos humanos, por el Gobierno federal.
Como es conocido, estos personajes se han vendido como defensores de los emigrados cubanos, no porque les interesen realmente, sino porque son continuadores de una vieja estrategia de politizar la migración desde Cuba. La corrida contra los inmigrantes ha impactado en una comunidad de cubanos emigrados que, hasta entonces, gozaban del beneficio de la duda sobre el supuesto de que habían escapado de la «dictadura castrista», incluidos los que recibieron el denominado parole o los que forzaron su entrada por la frontera sur, apelando a la figura del «miedo creíble».
Como primera consecuencia, pronto apareció, en una céntrica avenida, lo que ya resulta ser una icónica valla que declara traidores al trío de legisladores y al Secretario de Estado. Estudios realizados en redes sociales digitales, por ejemplo, de la representante Salazar, revelan que predomina entre los internautas un estado de opinión crítico, acusándola de mantener un doble discurso, sin ofrecer soluciones; atacan la política de Trump –que creen Salazar respalda o que sencillamente le falta coraje para enfrentar–, denunciando que es inhumana.
La agresiva campaña desatada, con ínfulas macartistas, contra migrantes cubanos con supuesta anterior militancia